Además, el método Jobs To Be Done tiene sus raíces en los trabajos de Gary Klein, Amos Tversky y Daniel Kahneman, que estudiaron el proceso de toma de decisiones, por qué los clientes no siempre toman decisiones racionales, no siempre actúan en su mejor interés y a veces son incoherentes en sus opiniones.
La filosofía saltó a la palestra y fue reconocida como una metodología consistente a finales de los años ochenta. Fue el resultado de los esfuerzos de un empresario llamado Bob Moesta y de un profesor de la Harvard Business School, llamado Clayton Christensen.
En el
artículo para la Harvard Business Review y en el libro "The Innovator's Dilemma", Christensen afirma que la creciente cantidad de datos que reflejan la actuación de los usuarios no ayuda sino a despistar a la empresa.
Los datos muestran interconexiones (al 68% de los usuarios les gusta la página A, más que la B), pero no tienen una explicación viable de por qué prefieren la página B.